Que equivocadas estamos cuando
creemos que para retener al hombre en el matrimonio, es suficiente: la juventud
y la “fachada externa”. No tomando en cuenta, que el cuerpo muchas veces se
deforma con el venir de los hijos, la piel va perdiendo su tersura y lozanía con el
pasar de los años. Y si estamos vacías por dentro, no tendremos otra cosa que
dar; quedando solo los hijos para usarlos como “caballitos de batalla” para manipularlo.
No tomamos la liberación femenina como una oportunidad para demostrar con hechos que somos tan capaces como el hombre para desarrollarnos y autoabastecernos, luchando hombro a hombro en aras de un mañana mejor. Sino que lo tomamos como un revanchismo de dominio por la fuerza, dando rienda suelta a nuestros traumas e inseguridades, sin poderlos controlar.
Son los años vividos, después de una larga caminata por el sendero de la vida, los que nos hace comprender, que el hombre permanece junto a nosotras hasta por gratitud y nunca por presión.
No tomamos la liberación femenina como una oportunidad para demostrar con hechos que somos tan capaces como el hombre para desarrollarnos y autoabastecernos, luchando hombro a hombro en aras de un mañana mejor. Sino que lo tomamos como un revanchismo de dominio por la fuerza, dando rienda suelta a nuestros traumas e inseguridades, sin poderlos controlar.
Son los años vividos, después de una larga caminata por el sendero de la vida, los que nos hace comprender, que el hombre permanece junto a nosotras hasta por gratitud y nunca por presión.
“Podemos tenerlo en
cuerpo, pero no su corazón”.
“Tantas veces va el cántaro al agua, que termina por romperse”.