Esta es la historia de una
profesional que en sus años mozos solo alternaba con la “gentita” de clase “A”; como consecuencia de la formación adquirida al inicio de su carrera, de solucionar siempre los problemas de trabajo con "la cabeza y no con las ramas"… Por “celos” entre grupos de poder de la empresa, ella perdió el
trabajo, seguida posteriormente de los demás miembros de ambos grupos.
¿Se deprimió? ¡SI!, pero no se
dejó vencer por la depresión; porque gracias a Dios, fue criada en un hogar donde
predominó el trabajo.
Bajó al llano a trabajar con la clase
“marginal” por sugerencia de uno de ellos (preparándoles los productos para
limpieza de los carros que lavaban)… Era lógico que este sea un “mundo nuevo”
para ella. Pero finalmente comprendió que “hasta el más grande necesita del más
chico”.
Todo esto lo hizo para evitar que sus hijos sintieran la “pegada”
y pudieran conservar su status de vida. Poco a poco fue ampliando su campo de
acción en otros quehaceres, hasta lograr nuevamente la tranquilidad económica, ya que aprendió a autogenerarse el trabajo y
pronto poder decirse “cumplí la tarea con los hijos”.
Actualmente, puede estar
sentada sobre una piedra, conversando con un lavador y más tarde estar en una
oficina sin notar la diferencia; porque llegó a conocer ambos estratos sociales.
Solo cuando se toca fondo,
se puede asegurar que el ser humano no vale por el dinero que
haya recaudado, el título que haya logrado, la clase social a la que pertenezca o los apellidos que este
tenga… Sino por el coraje para superar cualquier impedimento que se
le presente, ya que la vida está hecha de altos y bajos.
Son precisamente los golpes
que da la vida, los que hacen ver “las vueltas que ésta da” y que tanta o
poca fortaleza guardas dentro de ti para aceptar y afrontar las sorpresas que la vida te da .