Eran los años 80, cuando una
joven de origen humilde trabajaba como secretaria en una reconocida empresa, en
la que con el correr del tiempo conoció a un profesional con quién contrajo
matrimonio, llegando éste a tener un cargo gerencial; razón por la cual se trasladaron a una zona exclusiva de esa localidad.
La pobre madre deseosa de
ver a su hija ó quizá de mendigarle un pan, iba a su casa a visitarla. La hija hacía pasar a su madre por la puerta de
servicio, porque decía que era “la señora que lava la ropa”.
Cuantas veces hemos sido
testigos de estas historias, en que las madres hacen esfuerzos denodados para
darles una mejor calidad de vida a sus hijos, para que más tarde ellos se avergüencen de
esa sacrificada mujer.
“Madre, solo hay una”.