Antes
de la acción, la reflexión, y luego de la reflexión, la decisión. Y miremos de
cara al acto que vamos a realizar, y luego démosle vuelta, es decir,
preguntémonos: ¿me gustaría que fulano hiciera conmigo lo que yo voy a hacer
con él?.
Si la respuesta es afirmativa, con seguridad que la acción, al gustarnos,
es aceptable y buena; más por el contrario, si para nosotros no nos agrada, es
que la acción es decididamente mala. No la realicemos, pues.
Pero con frecuencia, si la acción está entre el deber y el placer, optamos
por el placer. Y el placer, que parece tan dulce, tan grato y tan importante,
pasa rápidamente y rápidamente nos pone de cara frente al reproche… La vida
está llena de deberes… y tenemos muchos deberes que olvidamos.