Muchas veces conservamos
experiencias traumáticas de la niñez ó de la juventud, para justificar
vivencias posteriores; culpando al pasado (padres, abuelos ó a los tiempos
difíciles) de lo que uno es hoy, estancándonos en nuestro propio pantano.
Cuando lo ideal es aprender del pasado, sin vivir el él.
El arte de olvidar puede ser
esencial para el arte de vivir en paz consigo mismo. Todos esos espantosos
recuerdos que tan celosamente han sido almacenados en nuestro cerebro, no son
merecedores de rememorarlos.
Actualmente es común
ver los “enganches” emocionales entre
jóvenes cuando se confían sus problemas,
no faltando personas que están decididamente dispuestas a utilizar las
referencias al pasado para manipularlas según les parezca ó convenga.
Nosotros somos dueños y
señores de nuestro cerebro y por lo tanto capaces de anular todo recuerdo que
nos cause daño.
“Lo
que ya ha pasado y no sirve de ayuda, no debe servir de aflicción”.
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