21 de diciembre de 2011

UN DOLOR SEGUIDO DE OTRO Y OTRO DOLOR

Siempre creemos morir ante los grandes dolores; soliendo decir  muchas veces: “Solo Dios sabe porque sigo con vida”. Sobre todo cuando nuestra  estructura de vida se ve amenazada, como es: el trabajo, la salud y la familia.
 
Esa pequeña Empresa  que formaste con tanto esfuerzo y tenacidad; que tambaleó ante el poder de una Transnacional (pero que finalmente logró salir airosa), una enfermedad irreversible (que intentas ganarle la partida) y lo que es más doloroso, cuando uno de tus hijos levanta vuelo en busca de su independencia (logrando realizarse profesionalmente).

Parece que el sufrimiento  nos hunde y nos ahoga. Tornándose la vida en  días grises, inundados por las lágrimas y la tristeza… más de pronto despertamos ante el fulgor de un nuevo día, ignorando cómo fue ni  cuando el consuelo llegó.
 
Haciéndose otra vez transparente nuestro modo de mirar la vida, tomando con más calma las riendas de nuestro destino. Sabiendo que todo tiene su final y que mientras  tanto, solo nos queda luchar.
 
Es aquí cuando nos preguntamos… ¿De qué está hecha el alma?.
La creemos débil y pequeña ante la adversidad, y resulta que es tan fuerte y poderosa, que no se deja doblegar.
 
 “La Justicia Divina prevalece sobre el Poder de los Hombres”.



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