Siempre creemos morir ante los
grandes dolores; soliendo decir muchas
veces: “Solo Dios sabe porque sigo con vida”. Sobre todo cuando nuestra estructura de vida se ve amenazada, como es: el
trabajo, la salud y la familia.
Esa pequeña Empresa que formaste con tanto esfuerzo y tenacidad; que
tambaleó ante el poder de una Transnacional (pero que finalmente logró salir
airosa), una enfermedad irreversible (que intentas ganarle la partida) y lo
que es más doloroso, cuando uno de tus hijos levanta vuelo en busca de su
independencia (logrando realizarse profesionalmente).
Parece que el sufrimiento nos hunde y nos ahoga. Tornándose la vida en días grises, inundados por las lágrimas y la tristeza… más de pronto despertamos ante el fulgor de un nuevo día, ignorando cómo fue ni cuando el consuelo llegó.
Parece que el sufrimiento nos hunde y nos ahoga. Tornándose la vida en días grises, inundados por las lágrimas y la tristeza… más de pronto despertamos ante el fulgor de un nuevo día, ignorando cómo fue ni cuando el consuelo llegó.
Haciéndose otra vez transparente
nuestro modo de mirar la vida, tomando con más calma las riendas de nuestro
destino. Sabiendo que todo tiene su final y que mientras tanto, solo nos queda luchar.
Es aquí cuando nos preguntamos… ¿De
qué está hecha el alma?.
La creemos débil y pequeña ante
la adversidad, y resulta que es tan fuerte y poderosa, que no se deja doblegar.
“La Justicia Divina prevalece sobre el Poder de
los Hombres”.
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